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jueves, 1 de marzo de 2018

Conversando con Wilfredo Lam



Tuve la oportunidad de saludar a Wifredo Lam en su visita en 1967 al Salón de Mayo, efectuado en el Pabellón Cuba. El pintor se notaba agotado, pero muy estimulado de haber convocado a tantas luminarias en La Habana. En 1981 volví a saludarlo, hablamos de aquel acontecimiento del Salón de Mayo. Le dio mucha alegría encontrarse con un paisano de la dinastía Lam. Por supuesto, hablamos de nuestros familiares.

¿Cómo era su padre?

-Mi padre era muy progresista y respetado, sabía leer y escribir en chino, tenía una cultura rica, dominaba muchos dialectos. De mi padre aprendí algunas palabras de la comida china, mi casa siempre estaba llena de paisanos asiáticos, nos reuníamos en las fiestas del casino chino. A Sagua la Grande llegó un barco de China que mi padre recibió con mucha alegría.

¿Cuáles eran las comidas chinas más apreciadas en su casa?

-Verduras, carnes y pescado en salsa oscura. El sicuá, una sopa de verduras con carne y el imprescindible arroz. En La Habana yo disfrutaba el arroz frito (arroz hecho con carnes ahumadas y variadas, salsa china y frijolitos), la sopa china de la Plaza del Vapor, que siempre recordaba en Europa. Aquello era lo más grande del mundo.

Es difícil que un cubano como Wifredo Lam no sintiera amor por la música. En sus entrevistas y testimonios, esa afición la hemos podido comprobar en su interés por los instrumentos musicales, su amistad con músicos como Igor Stravinsky, su admiración por la rumba y sus relaciones con Fernando Ortiz y Lydia Cabrera. Mientras conversaba con Wifredo Lam, donde estaba presente René Portocarrero, algunos fotógrafos inmortalizaron ese encuentro.

¿Wifredo, que relación tuvo usted con la música?

-Desde niño me inquietaba un violín que tenía mi hermano Enrique, quince años mayor que yo. Aquel instrumento me causaba una extraña ilusión que me sobrecogía. No podía resistir la tentación de tenerlo y de imaginar que era como un galeón fantasma. Quizás aquellos sueños me precipitaron a mi inquietante deseo de viajar a otros lejanos lugares.

¿La Habana era muy musical?

-En La Habana yo asistía a los conciertos de Erich Kleiber y de músicos sinfónicos cubanos. Un día me dedicaron una obra y me nombraron vicepresidente de honor de la Orquesta de Cámara. Kleiber era un director completo, nada de la música le era ajeno. Había roto con los nazis, era insobornable y lo nombraron en Cuba director de la Orquesta Filarmónica de La Habana. Como buen europeo, era muy cuidadoso y disciplinado en el estudio de la música, se levantaba de madrugada a analizar las obras que tenía que ensayar esa mañana.

¿De qué otros músicos fue amigo?

-De muchos músicos cubanos. Stravinsky y Jascha Heifetz visitaron mi casa. Le conté a Antonio Núñez Jiménez la anécdota de la visita de Stravinsky a mi casa en Marianao, donde el techo se estaba cayendo y me preocupaba que le cayera encima un pedazo del techo. Después de la visita del músico, se desprendió todo aquello y fue la hecatombe.

¿Qué me puede decir de la cultura europea?

-Los europeos tienen mucha cultura de 'lujo' (de ornamentación). Europa es algo así como un museo grandioso, pero museo al fin, la gente la ha idealizado bastante. Algún día ese museo se desgastará y habrá que recurrir a la cultura prístina de África, India y América. En Cuba los burgueses tenían una cultura prestada, decían que yo era un pintor negro, me discriminaban. Nunca había visto gente tan alejada de su propia realidad.

-Me alegraba que mi pintura no haya gustado a esa gente detestable. En aquella etapa existía en Cuba 'el mal de la Malinche', de la traición cultural, que siempre se imponía con aquella gente aburguesada. Eso hizo mucho daño a la intelectualidad cubana que la mayoría de ella estaba perdida. Desde que llegué a París tenía la idea fija de introducirme en el arte africano, en lo mío, necesitaba meter esa energía de protesta de mis descendientes negros.

¿La música fue la única distracción de su infancia?

-Como todo buen cubano, mi entretenimiento favorito era jugar pelota (béisbol).

¿Qué posición le gustaba jugar?

-La de catcher (receptor). También tiraba piedras y me fajaba y me escapaba de la casa, a buscar lo desconocido, me lanzaba al agua del río y jugaba con fango, me iba a comer caña, a montar caballo y me sonaban duro.

¿Cómo era La Habana?

-La Habana era una ciudad de miedo. Para nosotros, los pueblerinos, resultaba enorme, monumental, tenía miedo de perderme en sus calles. Viví en la calle Panorama, en Marianao. Cuando La Habana era una de las ciudades más fastuosas del mundo, Madrid, por ejemplo, era un deplorable pueblo de campo medieval, ni baños existían y en el consulado cubano hacían colas para emigrar a Cuba.

¿Por qué se fue a vivir tan lejos?

-Desde niño quise estudiar en Europa, visitar España, conocer los españoles en su país. Resultó después que en España me encontré con mucha gente asiática procedente de Asia, de manera que los españoles, además de africanos tienen de asiáticos.



¿Su obra La Jungla, de 1943, expresa ese mundo selvático?

-Es la revancha de mi país contra los colonizadores europeos. Ahí están los mitos africanos, dentro del cañaveral, la cultura de plantación donde vivieron y tanto sufrieron los africanos y donde crearon mucha de su cultura musical y danzaria. Es mi combate contra el llamado 'buen gusto' de la burguesía, que no es tan buen gusto nada.

Carpentier y Fernando Ortiz fueron menospreciados por defender esa cultura del colonizado...

-Ellos eran mis amigos, Fernando me honraba con su visita, yo trabajaba bajo la influencia de ese sabio. Lydia Cabrera me llevaba a babalawos. Esos babalawos me protegieron muchas veces en todos los avatares de mi vida de trotamundos. Lydia me dijo una vez: “Europa no es lo tuyo, dirige tus ojos hacia Cuba que ahí está tu mundo y la fuerza del futuro”.

Me gusta mucho la anécdota de Picasso sobre aquella rumbera sensacional.

-Los españoles tienen el africano metido en la sangre, por eso Picasso se entusiasmaba cuando las veía bailando en 1939, cuando ya Cuba era atracción musical en Europa. En la década de 1930 ya los españoles y franceses estaban invadidos por la rumba cubana. Picasso me llevó a los Champs Élisées.

-Fuimos a un café cerca del Arco de Triunfo, en un cabaret de Montparnasses y nos encontramos con aquella orquesta de timbaleros tan vilipendiada en Cuba y admirada en la llamada 'alta cultura' europea. Picasso me decía: “!Eso sí es música!”. Era una negra sensual y espectacular. En realidad, Europa estaba sedienta de ritmos que sacudieran su música y su vida nocturna. En la década de 1920 ellos presentaban un folclor un poco mortecino.

¿En el tiempo en que usted llega a Francia, en 1939 se estrenaba en La Habana el cabaret Tropicana y en París se consagraba la música cubana?

-Yo estaba al tanto de los artistas cubanos que habían triunfado en París, no faltaba más. Desde las décadas de 1920 y 1930, Moisés Simons, Don Azpiazu, Rita Montaner, Fernando Collazo, habían desalojado al jazz y al tango de los salones parisinos. Al lado de ellos se mantuvo muy diligente Alejo Carpentier, un animador de la cultura cubana en Europa. En la década de 1920 Cuba emprendió una ofensiva musical. Los franceses fueron descubriendo América. Son informaciones que no dominan todos los cubanos.

-Muchas veces los propios cubanos ignoran el poderío del arte y la cultura de su país. Déjeme contarle que, cuando yo llego a París, Picasso me dijo que me debía sentir orgulloso de mi sangre africana, cuna de la civilización, él sabía la importancia de esa raza, en el poder del arte. El arte africano había invadido a Europa y ese clima me compulsó en lo africano, lo tengo que reconocer. Lamento que muchos intelectuales no entiendan esto.

¿París para usted fue una fiesta?

-No estuve metido en ese mundo bohemio del que hablan otros. No era un intelectual con chaqueta de terciopelo que visitaba los cafés para hacer tertulias. Mis problemas eran de supervivencia y de creación conceptual, iban más allá de la bohemia.

El ensayista cubano José Antonio Portuondo calificó el Mural del Salón de Mayo como el 'último grito de París'

-Fue un mapa de contradicciones, como me dijo Alain Jouffroy, entre formas, técnicas, sentido poético y político diferentes. Algunos temían que aquello de un concierto se convirtiera en una cacofonía. Fue como un caos, pero consciente, intuitiva y musicalmente. Hay desorden y orden, no hubo jerarquía europea, por lo tanto, no existió el perjuicio. Fue un testimonio de la época.

Poco tiempo después de estas declaraciones y reflexiones tan valiosas, Wifredo Lam fallecía el 11 de septiembre de 1982 en Europa, dejando una obra inconmensurable para Cuba, el Caribe, América y el mundo.

Rafael Lam
Cubaencuentro, 28 de diciembre de 2017.
Foto: El pintor Wifredo Lam y el periodista Rafael Lam. Cortesía del autor.
Foto: La Jungla, tomada de Delectant.

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